REACCIÓN DE LA FAMILIA ANTE EL DIAGNÓSTICO DE ENFERMEDAD CRÓNICA
De una forma genérica, la reacción de la familia ante el diagnóstico de una enfermedad grave y/o crónica está ya clásicamente descrita, en nuestra literatura clínica, en tres fases de la siguiente manera (Richmond, 1958):
- Un shock inicial
Previamente al diagnóstico siempre se produce un período,
de duración variable, de dudas, incertidumbre y una constante formulación de
hipótesis acerca de la dolencia que padece el niño. Generalmente, los primeros
que conocen el diagnóstico de un hijo son los padres.
Tras el momento del diagnóstico de una enfermedad infantil
grave, y en función de muchas variables antes pautadas (recursos previos de la
familia para afrontar situaciones difíciles; interpretación que la
familia, en su totalidad, haga de la enfermedad, etc.), la familia suele mostrarse, en un
primer momento, sorprendida, e incluso le cuesta aceptar el hecho de una
enfermedad en uno de sus miembros.
A partir de este momento, los sentimientos y reacciones
son muy diversos: incredulidad, desconcierto, rabia, temor, confusión,
pánico, dolor, culpa y sentimientos de aislamiento, etc. A menudo, se repliegan
sobre ellos mismos sintiendo autocompasión y desamparo y negándose a aceptar
todo apoyo exterior. Se trata de una fase negativa de incredulidad que puede
prolongarse durante un período de tiempo importante.
- Un período de tristeza y desequilibrio emocional
Este período se caracteriza
frecuentemente por la aparición de síntomas, en los miembros de la familia del
pequeño paciente, de depresión, malestar físico e incapacidad para actuar
normalmente.
Las reacciones en este momento son
también muy diversas: se producen según un continuo que va desde la sobreprotección, la
sobreansiedad y el excesivo consentimiento al niño enfermo, hasta
comportamientos de rechazo, olvido y maltrato. En algunos casos, la familia
puede llegar a resistirse a aceptar la enfermedad de uno de sus miembros.
Se trata de una fase de
inestabilidad, caracterizada por la aparición de tristeza, melancolía,
abatimiento, pesimismo, miedo, desconcierto, desorientación y frustración,
asociados al “lamento de la pérdida del niño que era antes”, así como
depresión, estrés, culpa y autorrecriminación, junto con intensos conflictos
familiares cuando se intenta hacer frente a esos sentimientos.
- Una progresiva restauración del equilibrio familiar normal
Esta restauración del equilibrio
familiar puede conducir, bien a la participación familiar activa en los
procesos de tratamiento y recuperación del pequeño paciente, a partir de un
planteamiento racional, que entraña la necesidad de vivir con ciertos grados de
incertidumbre y de estrés; o bien a la rebeldía y el resentimiento familiar
constante.
Si las reacciones o respuestas
enumeradas en las dos primeras etapas son exclusivamente mecanismos -pasajeros
o transitorios- de adaptación, pueden resultar útiles para disminuir la
ansiedad o el estado de estrés. Desde esta perspectiva, dichas reacciones
pueden ser necesarias en la consecución del equilibrio preciso para la
protección de todo el sistema familiar, por lo que se consideran más como
respuestas normales del proceso de adaptación a la enfermedad y la
hospitalización, que como respuestas de carácter psicopatológico.
Si por el contrario
dichas respuestas y reacciones se mantienen en el tiempo, interferirán muy
negativamente en la vida de cada día, caracterizando las actitudes,
comportamientos y sentimientos familiares hacia sí mismos, hacia el niño
enfermo y hacia el entorno en general.
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