INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA EN LA FIBROMIALGIA

  En 1992 la OMS reconoce la fibromialgia como una enfermedad, siendo uno de los problemas sanitarios más actuales en los países en desarrollo.

  Actualmente se dispone de ciertos criterios diagnósticos clínicos que incluyen dolor músculo-esquelético generalizado de más de tres meses de duración junto con otras manifestaciones como cansancio, alteraciones del sueño, déficits atencionales y de memoria, entre otros. 

  La variabilidad en los síntomas y la ausencia de un diagnóstico a través de pruebas objetivas (analíticas, pruebas de imagen, etc.) hace que la fibromialgia no sea diagnosticada en un periodo corto de tiempo, contribuyendo a su cronicidad y a la aparición de síntomas asociados.

  En España, la fibromialgia es un proceso frecuente que produce un elevado gasto socio-sanitario, un importante número de bajas laborales y mayor consumo de medicación, en comparación a otras dolencias reumáticas.

  Algunas de las características presentes en las personas con fibromialgia son.
  • disminución significativa en la frecuencia y tipo de actividades cotidianas.
  • largos periodos de reposo.
  • limitaciones físicas.
  • absentismo laboral.
  • sueño y cansancio.
  • problemas familiares y reducción en el número de contactos sociales.
  • uso excesivo de fármacos y de servicios médicos.
  • cambios psicológicos como ansiedad y depresión.
 Aunque estas características sueles ser comunes en los pacientes con dolor crónico, está demostrado que la población con fibromialgia es heterogénea, ya que encontramos diferencias significativas en el impacto de la enfermedad, de modo que podemos distinguir varios grupos en función de la percepción del control sobre el dolor, los pensamientos catastrofistas, el grado de estrés o ansiedad, etc.

  Asumimos, por lo tanto, que en el desarrollo y en el mantenimiento de la fibromialgia están implicadas alteraciones tanto biológicas como psicológicas.

  Uno de los modelos que más se utilizan como marco explicativo de la fibromialgia es el biopsicosocial de Okifuji y Turk (1999); según este modelo se considera que la fibromialgia es el resultado de un problema en el procesamiento de la información debido a un desequilibrio en el sistema de respuesta ante el estrés.

  Desde este planteamiento multidimensional, se trabaja para mejorar el funcionamiento de la persona en distintas áreas vitales teniendo en cuenta la implicación de factores cognitivos y emocionales. 

  Algunos de los factores identificados como relevantes en la experiencia de la fibromialgia son: la aceptación del dolor, el catastrofismo y el miedo al dolor.

Aceptar que el dolor es incontrolable se asocia a un mejor bienestar psicológico.

Modificar el pensamiento catastrofista en sus componentes (rumiación, magnificación e indefensión) reduce el impacto de estas variables a nivel físico, reduciendo la ansiedad y la depresión.

La presencia de miedo al dolor o a la actividad fomenta un estilo de vida pasivo, acrecienta la incapacitación y empeora el estado de salud. 
Las estrategias activas, como desviar la atención del dolor y mantener la actividad física moderada a pesar del mismo, fomentan el afrontamiento del malestar que la fibromialgia produce.

  Es fundamental diseñar un tratamiento que se centre en las necesidades psicológicas de la persona y no sólo en el alivio sintomático del dolor, mejorar o paliar los efectos de la cronificación, normalizar e incrementar la actividad y el funcionamiento social, a la par que contribuir a la atribución de significados diferentes ante el dolor y el resto de dificultades asociadas a la fibromialgia.

  Por consiguiente, un abordaje adecuado y eficaz de la fibromialgia ha de tener en cuenta la combinación de intervenciones farmacológicas, físicas y psicológicas.

  Para mayor información, se recomienda esta guía sobre la fibromialgia del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad (2011)

http://www.msssi.gob.es/profesionales/prestacionesSanitarias/publicaciones/docs/fibromialgia.pdf 

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