SENTIR Y SER PADRE

  Dar el biberón, cambiar pañales, acudir al/ a la pediatra, jugar en el parque o ir al colegio son acciones que cada vez realizan más hombres con una naturalidad impensable hasta hace poco tiempo, y es que, tan sólo hace unas décadas, el papel que juegan los hombres en la crianza de sus hijos e hijas ha variado considerablemente.

    A la maternidad, propia y exclusiva de las mujeres, se le atribuye una vinculación especial de éstas con los niños que comienza mucho antes del nacimiento y se extiende a lo largo de toda la vida. Este vínculo afectivo ha sido casi excluyente para los padres, pues se consideraba que el apego generado entre madre e hijo no se podía equiparar a la relación padre-hijo.

    Los cambios experimentados por la mujer en los últimos años, la maternidad más tardía y otros muchos elementos socioeconómicos han dado lugar a modificaciones significativas en la concepción de la paternidad.

    Los hombres han comenzado a acompañar a las madres de sus hijos a lo largo del proceso de la gestación, incluso a sentirlo en un acercamiento simbiótico, a vivir el mágico momento del parto y, a partir de ahí, a asumir no sólo la responsabilidad que como padres se les ha atribuido históricamente, sino también a construir una vinculación emocional tan importante para el niño como la materna.

   Hoy en día es innegable la necesidad de que ambos progenitores contribuyan al desarrollo de los hijos y que esta contribución es un garante de su estabilidad y seguridad emocional. 
        
  Este ejercicio de coparentalidad se considera fundamental para promover un adecuado crecimiento en los niños y las niñas, por ello, el rol parental está cobrando una relevancia vital. 

    Pero también, esa necesidad de la paternidad vivenciada como un lazo afectivo estrecho con sus hijos se está haciendo cada vez más patente en la mayoría de los hombres que han decidido ser padres.

   La paternidad cobra un significado distinto, cada vez más cercano al de la maternidad.  Los padres han aprendido a disfrutar en su rol, a mejorar la calidad de los cuidados y a establecer una relación privilegiada que acompaña y complementa la labor materna, en definitiva, han aprendido a implicarse emocionalmente en el cuidado de los hijos y a sentirlos como parte de sí mismos.

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